Humans of Hebron, Palestina
El epicentro del conflicto en Cisjordania
Proyecto realizado junto a la organización Youth Against Settlements
El centro de la ciudad Palestina de Hebrón es un constante bullicio de personas, tiendas y coches, pero en una esquina la ciudad hace embudo y parece que termina. Tras unos bloques de hormigón, un check point militar, detrás la ciudad se torna un ghetto.
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"Soy la reina de la casa", dice, si su marido le deja. Habla entre los silencios del otro y vive de puertas para dentro. Fue profesora de inglés, pero su voz suena tan baja que a penas se le entiende.
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La vida sigue en la ciudad tras las protestas de hoy en el campo de refugiados, a 15 min de aquí, donde antesdeayer un palestino murió tras el disparo de un soldado del ejercito de Israel.
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El olor a comida, el claxon de los taxis, mil señoras al quiebro, 7 carriles en uno solo y 5 bolsas de la compra por cada mano. Aquel niño al grito, arengando a la compra en el puestecito de ropa, falafel a 4 shekels, maniquíes y leggins de leopardo, en los altavoces la llamada a la oración, las risas de los chavales en la esquina, acelerones y frenazos, ni un sólo coche en toda la ciudad al que no le salte una señal de alarma en el salpicadero.
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Cuando se nombra a Palestina, se hace para seguir a continuación con una retahíla de conceptos negativos.
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Mientras los niños posaban delante de mi cámara, a unos 45 kilómetros al oeste, allí donde empieza la franja de Gaza, el panorama era muy distinto.
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Soy muy malo para los nombres, por eso le llamábamos amistosamente el Maradona palestino y ayer me acordé de él. Sobre el Diego, el de verdad, dijo Sorrentino que "el futuro no existe para alguien que está condenado a vivir en la memoria de todos" pero sucede igual para quien no vive en la memoria de nadie.
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Esto es el mercado de Hebrón. La parte de abajo son comercios palestinos, las plantas superiores de los edificios pertenecen a colonos israelíes y las azoteas son para el ejército, una lección de jerarquía básica.
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Haneen Salaymen es la mejor rapera de Hebrón, también la única, lo dice con orgullo en su primer videoclip. Tiene 21 años y algunos sueños prohibidos que se le posan sobre los hombros para ahogarla en lugar de hacerle volar. Se le llenan los ojos de ilusión cuando habla de viajar por el mundo y conocer nuevas culturas, pero si lo dice en voz alta se le aparecen ojos juiciosos en cada esquina. Una mujer no debería salir de donde no se debe salir y menos sola, por eso habla de sus sueños como una lucha y no como un deseo.
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Mahmoud tenía 13 años cuando la primera intifada y jugaba a fútbol con sus amigos en el mercado de Halhul, aprovechando que había sido cerrado. "Un día, como tanto otros, jugaba con los amigo cuando los militares nos lanzaron gas".
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Norsan vive en Hebron. En un contexto como el de Palestina, podría haber sido muchas cosas, pero decidió elegir el camino más difícil y ser actor. "Siempre vemos en los medios otros lugares bonitos donde hay libertad. Pero yo creo que tú puedes hacerte tu propio espacio, crear tu libertad. Crea el amor en ti y en los demás y las cosas buenas te volverán".
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En 1994 Baruch Goldstein, miembro del grupo ultraderechista israelí Kach, entró en la mezquita de Hebrón a tiros, matando a 29 palestinos.
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Con esparadrapo en los dedos, como un antiguo boxeador, apareció en la puerta de casa tal y como prometió el día anterior, con la actitud de un profesor de secundaria ante un alumno repetidor. Idris tiene 128 olivos, algunos de ellos en zona bajo control israelí, porque un árbol poco entiende de muros. El día anterior nos comprometimos a ayudarle con las olivas, sin haber parado mucha atención en la hora del compromiso, y allí nos veíamos a pleno sol vareando como salidos de una novela de Delibes.
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El árbol genealógico del doctor Omar es un cubo de rubik con todas las caras de un mismo color. Sus 7 hermanos, 2 hermanas y su padre son doctores, él también. La clínica de su padre estaba en pleno centro de Hebron y gracias a ella pudo enviarle a estudiar a Jordania. Dos meses después estalló la segunda intifada, por lo que su padre dejó de enviarle dinero para estudiar y acabó cerrando la clínica. Charlaba largo y tendido entre el humo de la shisha, con un tono profundo y dolido que solo rompió con la llegada de la cena y las posteriores partidas de billar (al que gané, por cierto, por primera vez en mi vida). Es consciente de sus privilegios, en su casa tiene instalado un filtro en los grifos al que la mayoría de palestinos no puede acceder, pero está empapado de las dolencias que conlleva el mal estado del agua.
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