Aitor Acordagoitia
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RETRATOS


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Se han de cruzar un par de puertas hasta llegar a la habitación, contando la de la entrada.
A la derecha, en la esquina, lo que sería la cama y justo delante la ventana. Fuera, una tela bailando al viento juega a hacer sombras con la luz.
Binta tiene algo que me lleva al mar, su piel se plega haciendo surcos y su edad fluctua como las olas. La primera vez que la vi aseguraba tener 120 años. Al año siguiente, en pleno aniversario, cumplía los 90. Este año ni me acuerdo.
Las veces que he entrado en esa habitación siempre he visto a Binta en ese mismo lugar, con el sol que entra por la ventana dándole en la cara, como si ella fuera un elemento inamovible más en la descripción del lugar. La luz tenue deja entever unos ojos casi ciegos que miran hacia algún lado indefinido mientras pregunta por Fatou y Awa. .
Deja caer que le queda poco aquí, consciente de que está mayor, aunque no conoce su edad real. Quizás tenga menos de lo que aparenta y probablemente menos de lo que ella cree tener.


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"Me violaron tres veces, me pusieron una pistola en la cabeza...".Nos explica todo lo que le ha pasado casi de carrerilla, como enumerando la lista de la compra.
Carolina es una refugiada LGTBI, una de tantas. En Honduras, su país natal, la homofobia está tan arraigada como normalizada "nos insultan, nos tiran piedras, nos dan palizas, nos disparan, nos matan..." La cultura de la violencia, las pandillas y una sociedad que no acepta la transexualidad, se ve reflejada en cada estamento, "si vas a denunciar no sirve de nada, te hacen sentir culpable". La policía le llegó a decir que "el gobierno no nos paga para proteger payasos y maricones, y llega un punto en que prefieres ni denunciar por no pasar por esa humillación"

Sin una salida laboral, muchas de ellas acaban en la prostitución, como Carol, donde las condiciones siguen siendo pésimas. "Una vez, vinieron y dispararon a mi compañera, estaba justo a mi lado. Aún no sé porqué la mataron a ella y no a mí". Y no se trata de un hecho aislado "allí nos torturan y nos matan a diario" comenta "hace poco, a una compañera le arrancaron uña a uña y después la desmembraron"

El colectivo trans sigue siendo de los más desfavorecidos, incluso aquí, en nuestro país, tiene unas tasas de paro del 85% y la normalización de la situación está lejos de ser una realidad. "Aquí se te quedan mirando vayas donde vayas, pero no me hacen nada porque saben que puedo denunciarlo". En cualquier caso "aún queda mucho por hacer".


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Dice que la vida a veces es muy puta, sobre todo ahora, que lleva 4 días sin farlopa y las horas se le hacen bola. Se ha pasado una hora cantándole y bailando a todos los críos que iban de excursión, hablando con la gente que pasaba y dibujando con tiza en el suelo
La boina recién robada del Berashka, no ha perdido ni siquiera el tiempo en sacarle el aparato antirrobo "si me lo pongo para arriba parece una antena". Santiago no tiene muy claro los días que lleva en vilo. Charlamos un rato y se inventó una canción para mi a cambio de una foto. "El problema de hacer las cosas por amor al arte es que a veces te mueres del hambre" me dice y después sonríe

Una vez entré en el Macba y no entendí un carajo de lo que vi, pero a menudo he frecuentado su plaza y lo que se ve fuera es tan inexplicable como lo de dentro.


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Unas manos posan el balón sobre la arena, le llamaremos punto de penalti. El área no existe y las gradas tampoco, por eso los que van a mirar se agolpan haciendo un carril hasta la portería.
Bajo los dos palos, un chavalín con la camiseta de un portero holandés retirado años atrás, hace las veces de portero. Tras él, vacas, arena y una puesta de sol inmensa. La soledad del guardameta. Gota de sudor.
El poste izquierdo es más largo que el derecho y el travesaño no es más que una cuerda al viento.

Pasos atrás, coge carrerilla y visualiza el golpeo. Se toma un segundo y avanza. Se acerca irremediablemente al balón, el guardameta lo sabe y flexiona las rodillas. Paso al frente, pie de apoyo y le pega. La pelota baila en el aire, el portero vuela, los que miran, miran, y las vacas, nada de nada.
Durante ese ratito estuvimos en el Bernabéu, Old Trafford y San Siro, porque un penalti es un penalti aquí y en Algeciras. Pero más penalti es aún en Gambia que en cualquier otro sitio.
Unas manos posan el balón sobre la arena, le llamaremos punto de penalti. El área no existe y las gradas tampoco, por eso los que van a mirar se agolpan haciendo un carril hasta la portería.
Bajo los dos palos, un chavalín con la camiseta de un portero holandés retirado años atrás, hace las veces de portero. Tras él, vacas, arena y una puesta de sol inmensa. La soledad del guardameta. Gota de sudor.
El poste izquierdo es más largo que el derecho y el travesaño no es más que una cuerda al viento.
Pasos atrás, coge carrerilla y visualiza el golpeo. Se toma un segundo y avanza. Se acerca irremediablemente al balón, el guardameta lo sabe y flexiona las rodillas. Paso al frente, pie de apoyo y le pega. La pelota baila en el aire, el portero vuela, los que miran, miran, y las vacas, nada de nada.

Durante ese ratito estuvimos en el Bernabéu, Old Trafford y San Siro, porque un penalti es un penalti aquí y en Algeciras. Pero más penalti es aún en Gambia que en cualquier otro sitio.


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Zaid entró de marruecos a España escondido en la rueda de repuesto de un camión.
Hoy forma parte del equipo Buff Team, ha ganado el Campeonato de España de carreras por Montaña (en 2013 y 2014 fue Campeón "oficioso" de España pero al no tener la nacionalidad, el título pasó al segundo clasificado), ha ganado la Eurafrica Trail, segundo en la copa del mundo Ultra Pirineu, etc.


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En uno de sus viajes, mi amiga Noemí le hizo una foto al padre de Isatou. Cuando volvió a Gambia, tiempo después, se presentó en su casa con la fotografía impresa bajo el brazo e Isatou la recibió con la mala noticia, su padre había fallecido.
Murió de lo que mueren muchos allí, de "no se sabe qué". O su hija no lo supo. La foto se la quedaron en su casa, y si nada lo ha remediado, debe seguir siendo la imagen más reciente de aquél hombre. 
Isatou es una de esas personas que llega primero con la voz, gritando desde lo lejos tu nombre mientras se acerca al sendero que da a su casa. O así la recuerdo yo.
Sufre el mismo dolor que se llevó a su padre, el del "no se sabe qué". O ella no nos lo supo explicar. Le duele el centro del pecho y el médico le dice que no puede cargar peso, pero no le queda otra que hacerlo. 


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Recorriendo el pasillo dejamos atrás un despacho vacío y, unos pasos más alante, llegamos al quirófano, también vacío. En la sala de al lado se acumulan camillas y silencio, en lo que parece otro quirófano.
Esta parte del hospital de Bwiam es un lugar fantasma.
Aminata trabaja aquí, es anestesista, pero no puede ejercer su labor porque no hay cirujanos ni ginecólogos y todos los que podrían haber se trasladan a la zona de costa.
La diferencia entre la zona costera (más turística y desarrollada) y el interior del país es grande. Cuanto más te adentras río arriba la temperatura aumenta y las ciudades dan paso a las zonas rurales, muchas de ellas nacidas a los bordes de la carretera o en medio de la nada.
La mayoría de jóvenes prefieren marcharse a Banjul, Serekunda o Brikama antes que quedarse en el interior, donde la posibilidad de progresar en aspectos económicos/laborales es mucho más reducida.


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Esta imagen se repite en multitud de poblados en Gambia. Arabia Saudita construye pozos a cambio de crear escuelas islámicas en el país. Los saudíes, máximos exportadores y exponentes del salafismo y el wahabismo, llevan décadas utilizando esa fórmula, ya no solo en oriente medio, sino también expandiéndose en África donde ven en Gambia, un país de mayoría suní y hasta hace un año República islámica, un lugar donde quedarse. La incultura, la pobreza, la desidia y el disgusto con las élites políticas resultan carne de cañón para el crecimiento inexpugnable de la religión, denominador común de lo que ya sucede en otros países y que, en ocasiones, va de la mano de la corriente de pensamiento más conservadora y reaccionaria.


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Cuando era joven fue futbolista. Jugó en equipos como el Europa o el Mahón cuando Europa y Mahón eran nombres que no sonaban extraños dentro de las ligas de fútbol profesional, antes de que se perdieran entre ligas menores tal y como los conocemos ahora. Incluso, al ser vasco, el Athletic de Bilbao se interesó en él pero una rotura de rodilla lo apartó del fútbol.
Hoy, con la cadera operada dos veces, ve sus tiempos de futbolista muy lejanos mientras nos enseña con orgullo y cierta nostalgia recortes de prensa deportiva en los que aparece él, o se descubre a si mismo escribiendo con una sensibilidad sorpresiva sobre el columpio que ve desde su terraza.
Es mi abuelo y me he dado cuenta de que me he pasado el 2017 contando historias de gente de Polonia, Gambia, Grecia, Siria o Kurdistán. Este año, además, pretendo acercarme un poquito más a los mios.

En la foto: 2 generaciones frente al columpio del que escribe mi abuelo. Mientras, como abstarido, él mira hacia la terraza desde la que escribe con una expresividad que me hace tragar saliva.



Freelance filmmaker & video editor 


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